Arquitectura, Arte Compenetrado con la Vida

Santiago de Molina es un joven arquitecto, olvidé de qué pueblo, pero español. Habrá en ese pueblo, o en su familia, o en sus maestros, tradición literaria y lúcida creatividad, y eso junto a un verdadero amor por la arquitectura produce unas páginas encantadoras. La arquitectura es arte compenetrado con la vida, o mucho más que eso:
Las marcas de los espacios que hemos vivido permanecen en nosotros de un modo que puede ser físico o psicológico. Innegablemente, la arquitectura nos habita, al menos tanto como nosotros a ella.

Cuando alguien se despierta sobresaltado a media noche y sabe, sin pensar, el lugar que ocupa la ventana y la puerta de esa estancia; cuando a oscuras caminamos en una casa o somos capaces de rememorar el recorrido de los cuartos y pasillos que habitamos en la infancia; cuando sin mirar sabemos de la altura de pomos, interruptores y cerrojos, se hacen palpables esas huellas.

La arquitectura no es un segundo vestido, sino un tatuaje. Un tatuaje que marca sin tinturas, que ahonda en nuestra piel, con calor, frío, aristas o humedades. Es un tatuaje que cala, que profundiza en nosotros y llega a tocar los huesos e instalarse en ellos. Como un reuma.


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